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Descripción

La violencia en Colombia durante el siglo XX tuvo muchos protagonistas y miles de muertos. Sus consecuencias; viudas, huérfanos, pobreza y frustraciones. Sus secuelas permanecen hoy en quienes han heredado esa violencia que muy lejos está de finalizar.
Aquí algunos apartes de esta novela basada en hechos reales acaecidos a mediados y finales de ese nefasto y, por muchos, tristemente recordado siglo.

Por los temerosos y casi inaudibles comentarios de sus vecinos, don Froilán ya tenía la casi segura sospecha de que los asesinatos eran de origen político, sin embargo, no había comentado esto con doña Rafaela y sus hijos, eran muy pequeños para hablarles de sospechas e incertidumbres. Era ciego y noble, muy noble pero no cobarde. Sabía que este tipo de asesinos no llegan a las casas a saludar o a prevenir o amenazar, por lo tanto, no se iba a arrodillar o a suplicar si de todos modos lo iban a matar. De nada serviría el arma de sus argumentos contra las armas de los delincuentes. Su esposa y los hijos menores estaban a salvo, por lo pronto, y ante la sorpresiva visita intentaría salvar a Miguelito así le costara la vida. Así que, sintiendo el frio del cañón en su frente, empujó con fuerza a quien apretaba su cuello, y corrió a tientas hacia dentro de la casa como buscando con las manos algo con qué defenderse. Delante llevaba a empujones a Miguelito quien no encontrando más que hacer, se lanzó debajo de la cama donde permaneció en silencio. Desde ahí escuchó tres disparos y sintió caer el cuerpo moribundo de su padre al lado de la cama donde él se ocultaba. Cayó tendido bocarriba paralelo a la cama, con parte de su cuerpo bajo ella y la otra por fuera. La cabeza, en los segundos que duró vivo, se mantuvo mirando hacia el techo y luego giró hacia la derecha como mirando a su hijo con su rostro congestionado por el terror de la muerte. Miguel quiso hablarle y talvez salir a enfrentar los asesinos de su padre, pero este con los ojos aún entreabiertos parecía suplicarle que no lo hiciera, que se quedara quieto y en silencio, que por él no se preocupara que de ello ya se encargaría Dios. Así lo entendió Miguel, y desde el rincón más profundo de debajo de la cama, lo tomó de la mano y se la besó percibiendo en ella alejarse el calor de la vida y acercarse poco a poco el frío de la muerte.

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