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Descripción

Novela de suspenso, dolor y amor, que narra hechos de violencia ocurridos a dos jóvenes, uno en la zona rural por parte de la guerrilla, y otro en la zona urbana por parte de grupos paramilitares. Sus vidas paralelas, ella como profesora de una escuela en una vereda de un pueblo del norte tolimense, y él, un estudiante de arquitectura en una universidad pública de la capital, son víctimas de amenazas y torturas de las que logran salir finalmente bien librados, y por esos azares de la vida se encuentran para compartir sus experiencias que siendo diferentes, pero a la vez parecidas, consiguen compenetrar sus almas y enamorarse para todo el resto de sus vidas.
Aquí, algunos apartes de la obra:
Por los temerosos y casi inaudibles comentarios de sus vecinos, don Froilán ya tenía la casi segura sospecha de que los asesinatos eran de origen político, sin embargo, no había comentado esto con doña Rafaela y sus hijos, eran muy pequeños para hablarles de sospechas e incertidumbres. Era ciego y noble, muy noble pero no cobarde. Sabía que este tipo de asesinos no llegan a las casas a saludar o a prevenir o amenazar, por lo tanto, no se iba a arrodillar o a suplicar si de todos modos lo iban a matar. De nada serviría el arma de sus argumentos contra las armas de los delincuentes. Su esposa y los hijos menores estaban a salvo, por lo pronto, y ante la sorpresiva visita intentaría salvar a Miguelito así le costara la vida. Así que, sintiendo el frio del cañón en su frente, empujó con fuerza a quien apretaba su cuello, y corrió a tientas hacia dentro de la casa como buscando con las manos algo con qué defenderse. Delante llevaba a empujones a Miguelito quien no encontrando más que hacer, se lanzó debajo de la cama donde permaneció en silencio. Desde ahí escuchó tres disparos y sintió caer el cuerpo moribundo de su padre al lado de la cama donde él se ocultaba. Cayó tendido bocarriba paralelo a la cama, con parte de su cuerpo bajo ella y la otra por fuera. La cabeza, en los segundos que duró vivo, se mantuvo mirando hacia el techo y luego giró hacia la derecha como mirando a su hijo con su rostro congestionado por el terror de la muerte. Miguel quiso hablarle y tal vez salir a enfrentar los asesinos de su padre, pero este con los ojos aún entreabiertos parecía suplicarle que no lo hiciera, que se quedara quieto y en silencio, que por él no se preocupara que de ello ya se encargaría Dios. Así lo entendió Miguel, y desde el rincón más profundo de debajo de la cama, lo tomó de la mano y se la besó percibiendo en ella alejarse el calor de la vida y acercarse poco a poco el frío de la muerte.

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