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Descripción

Debo confesar que, en mis lecturas, los textos de Tomás de Aquino han pasado por etapas muy distintas, y a la vez distantes en el tiempo y en el espacio. Hubo una época, en los años mozos, en que a uno le formaban y a la vez le informaban; época en la que los textos de Tomás de Aquino había que aprenderlos; saberlos, casi en el sentido escolástico del término. En ellos estaba la verdad, redonda y entera, en términos Parmenídeos. Los otros no eran necesarios. En Tomás de Aquino estaba todo de forma clara, precisa, concisa, y coherente.

En aquella época no te permitían pensar. No podías dudar. Si un texto de Tomás de Aquino te ofrecía dudas el problema estaba en ti, que no llegabas a entender el sentido profundo del texto, la perspectiva arcana desde la que fue redactado y escrito.

Pasaron los años, y, la rebeldía ínsita en nosotros, que impulsa la mente a hacernos hombres, puso en mis manos otros textos; textos de otras épocas y de otros autores, y comencé a descubrir en ellos otras ideas, otras luces y otros presupuestos. ¡Qué pobre resulta para el hombre la lectura en línea recta y en una sola dirección! A medida que iba avanzando en su lectura los horizontes se abrían; el mundo se agrandaba y empequeñecía aquel en el que había vivido. Las dudas se multiplicaron; con ellas llegó la distancia y el olvido. Otros problemas, otras inquietudes y otros textos vinieron a ocupar el tiempo y los espacios de mi vida.

Hacia finales de los años 60 nuestra sociedad sufrió el gran cambio. Las cosas se echaron a andar. Entraron otros aires y con ellos otras ideas nuevas, que llevaron, tras de sí, los aires e ideas de antaño. Es como si, de golpe, nada del pasado tuviera vigencia. Todo había quedado obsoleto. Pero yo tenía que continuar, por obligaciones académicas, explicando el pasado, sin quedar anclado en él.

A las generaciones jóvenes que llegaban a aquella Universidad de Valencia, en la que yo enseñaba filosofía medieval, como en conjunto a todos los jóvenes de entonces, los textos de Tomás de Aquino no les decía nada; más bien todo lo contrario, pero negativamente. Eran los textos de Marx, Engels, Chomsky, Mao, del Che Guevara, o del propio Castro los únicos que les llegaban a los más. ¡Qué duro resultaba tener que enseñar durante aquellos años a Tomás de Aquino!

Fue entonces cuando comprendí que una cosa es conocer un sistema, y otra muy distinta comulgar con él. Sentí la necesidad vital de acercarme a los textos del pasado no sólo para saber de qué estaban hablando, sino también a quienes iban dirigidos, y desde qué presupuestos lo hacía. Surgió en mí la lectura histórica, de aquello que, durante años, me habían hecho aprender. Y, al hacerlo, otras perspectivas y otros horizontes se fueron abriendo en mí. Con ello me convencí también de que, si una cosa es conocer los sistemas y otra muy distinta comulgar con ellos, no es menos cierto también que hay sistemas que no se pueden ignorar; porque forman parte del patrimonio de nuestra cultura de Occidente, de nuestra cultura latina.

Para bien o para mal, los textos de Tomás de Aquino están ahí. Fueron durante siglos pasto de lectura y de estudio reverencial. Hoy apenas nadie les hace caso; pero, como los de Platón, Aristóteles, Kant, o Hegel, forman parte de nuestro pasado. A él tendremos que acudir, aunque sólo sea como mera referencia histórica.

El estudio ¡Mejor!, los estudios que aquí se ofrecen nacieron al calor de las clases universitarias que tuve que dar en Valencia… …, catedráticos los más, profesores titulares todos, y muchos otros que ejercen la acción política, escucharon de viva voz lo que hoy se publica. Sus reacciones y sus críticas me sirvieron de estímulo y de búsqueda. Me ayudaron a plantear problemas que tal vez nunca me hubiera planteado…

El libro está en buen estado. No se encuentra subrayado

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