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Descripción

A veces una filosofía se siente como si un aguijón se nos hubiese clavado, como si una inquietud vital, un encuentro con lo intolerable, lo inadmisible, nos impulsara a pensar de otro modo. Cuando Juliana Fausto se cruza con los gatos errantes de su ciudad “cree ver condenados”, o “refugiados”, o “desapariciones forzadas”. Pero lo cree literalmente, es decir, ve allí esas experiencias. Desde lo cual construye su problema como “lugar que da a pensar”.
Y a pesar de que nos ofrece un recorrido aterrador por toda la cadena de crueldades a la que fueron sometidos los animales a lo largo de “nuestra” historia (confinados, sometidos a experimentos, y muchas veces extinguidos), no cree que pararse desde la piedad sea un gesto productivo, pues encuentra que ese tipo de relación deja indemne el dualismo que está en la base del problema, en este caso, “problema” como “lugar que no permite pensar”.

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